📝Historia en breve

  • Las tasas de autismo y TDAH van en aumento y son impulsadas por las interacciones entre genes y el ambiente. La prevalencia del autismo aumentó entre un 6 y 15 % al año entre 2002 y 2020, mientras que el TDAH afecta al 6 % de los jóvenes y al 2.5 % de los adultos a nivel mundial
  • En un estudio reciente se descubrió que los padres con intolerancia química alta tienen una probabilidad 5.7 veces más elevada de tener hijos diagnosticados con autismo, lo que destaca un factor de riesgo significativo para los trastornos del desarrollo neurológico
  • Se plantea que la activación de los mastocitos es un mecanismo de intolerancia química, en donde las células inmunitarias responden de manera errática a sustancias antes toleradas, lo que lleva a una inflamación crónica en el cerebro
  • Se cree que los tóxicos derivados de combustibles fósiles y biogénicos influyen de manera epigenética en la prevalencia del autismo, ya que alteran la expresión genética, lo que afecta no sólo a la descendencia inmediata, sino también a las generaciones futuras
  • Las estrategias preventivas incluyen: cambiar a alimentos orgánicos, eliminar contaminantes interiores, reducir la exposición a campos electromagnéticos, apoyar la salud intestinal y controlar el estrés para protegerse contra factores de riesgo ambientales comunes

🩺Por el Dr. Mercola

El trastorno del espectro autista (TEA) y el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) son trastornos del desarrollo neurológico cada vez más frecuentes en los Estados Unidos. El TEA se caracteriza por dificultades en la comunicación social y comportamientos restringidos y repetitivos, mientras que, el TDAH implica falta de atención persistente o hiperactividad-impulsividad, que altera el funcionamiento o el desarrollo.

Entre 2002 y 2020, la prevalencia del autismo aumentó entre un 6 y 15 % al año. En cuanto al TDAH, cerca del 6 % de los jóvenes y el 2.5 % de los adultos se ven afectados a nivel mundial. El aumento de estos trastornos es alarmante, y hay evidencia que apunta a que las interacciones entre los genes y el medio ambiente contribuyen de manera importante a su desarrollo.1

Investigaciones recientes destacan la intolerancia química de los padres como predictor del riesgo de autismo en los niños, y enfatizan la función de los factores ambientales junto con las predisposiciones genéticas. Comprender la interacción entre estos factores ofrece oportunidades para adoptar medidas preventivas e intervenciones destinadas a reducir la incidencia y mitigar los efectos de estas condiciones difíciles.

La función de la genética y la exposición ambiental en el autismo

Las causas del autismo son complejas e implican cuestiones genéticas, así como, ambientales. La intolerancia química de los padres ha surgido como un factor ambiental importante en el desarrollo del autismo, y a menudo, dicha intolerancia se vincula a la pérdida de tolerancia inducida por tóxicos (TILT), en donde la exposición a ciertas sustancias químicas lleva a una mayor sensibilidad.

Se propone que la activación de los mastocitos, que es un proceso en el que las células inmunitarias reaccionan de manera exagerada a ciertas sustancias, es un mecanismo detrás de esta intolerancia. Esta reactividad conduce a la inflamación y otras respuestas inmunitarias que afectan el desarrollo del cerebro. Cuando los mastocitos son activados por sustancias que antes eran toleradas, liberan mediadores inflamatorios que impactan a la función neurológica.2

Los tratamientos populares para el autismo, incluyendo las terapias conductuales y medicamentos como aripiprazol y risperidona, tratan los síntomas, pero no atacan las causas latentes. A su vez, tienen efectos secundarios, como aumento de peso y problemas metabólicos, lo que resalta la necesidad de estrategias más integrales que incorporen consideraciones ambientales y genéticas.

Diagnosticar el autismo es un desafío, debido a la variabilidad de los síntomas y la superposición con otras afecciones como el TDAH. Los métodos tradicionales se basan en gran medida en evaluaciones del comportamiento, que a veces pasan por alto señales sutiles o malinterpretan los comportamientos. La falta de un marcador biológico definitivo para el autismo complica aún más su identificación temprana.

A menudo, un enfoque estrecho en factores genéticos o conductuales excluye factores ambientales, como la intolerancia química, lo que lleva a evaluaciones incompletas. Comprender de manera más amplia de los factores de riesgo del autismo, incluyendo la función de las exposiciones ambientales, es esencial para mejorar la precisión del diagnóstico y desarrollar planes de tratamiento holístico y efectivos.

Un nuevo estudio revela un vínculo fuerte entre la sensibilidad química de los padres y el riesgo de autismo

En un estudio reciente que se publicó en el Journal of Xenobiotics3 se analizó la relación entre la intolerancia química en los padres y la probabilidad de que sus hijos desarrollen autismo o TDAH. Con base en los hallazgos de 2015, los investigadores no sólo reforzaron la asociación entre la intolerancia química y el riesgo de autismo, sino que también identificaron categorías clave de tóxicos y mecanismos epigenéticos latentes.

En el estudio se encuestaron a 4 691 adultos mayores de 18 años de Estados Unidos, se utilizó el Quick Environmental Exposure and Sensitivity Inventory (QEESI), que es una herramienta validada para evaluar la sensibilidad a la exposición a sustancias químicas. Se compararon a los participantes con puntuaciones muy altas de intolerancia química con aquellos con puntuaciones bajas, y se les pidió que informaran el número de hijos biológicos que tienen a quienes los profesionales de la salud les diagnosticaron TEA o TDAH.

Se descubrió que, los padres en el decil más alto de puntuaciones de intolerancia química tenían 5.7 veces más probabilidades de tener un hijo con autismo, en comparación con los del decil más bajo. En concreto, entre los padres clasificados con una intolerancia química elevada, el 24.2 % informó un hijo con autismo, en comparación con sólo el 5.5 % de los padres del grupo de baja intolerancia. En el caso del TDAH, el riesgo fue 2.1 veces mayor en el grupo con mayor intolerancia química.

Los hallazgos revelaron una relación dosis-respuesta, en la que la prevalencia del autismo y del TDAH aumentaba a medida que incrementaban los puntajes de intolerancia química de los padres. El índice de probabilidades de padecer autismo, que era de 3.01 en 2015, aumentó a 5.29 en este estudio, lo que destaca la creciente importancia de la sensibilidad química como factor de riesgo. Los investigadores propusieron que, la activación crónica de los mastocitos explica el vínculo entre la intolerancia química y el autismo.

El estudio apoya el concepto de pérdida de tolerancia inducida por tóxicos (TILT), que describe cómo las exposiciones tóxicas iniciales alteran la habilidad del cuerpo para tolerar sustancias químicas, alimentos y medicamentos. La TILT comienza con una fase de iniciación, en donde los tóxicos derivados de combustibles fósiles, como pesticidas, compuestos orgánicos volátiles (COV) y productos de combustión, así como, tóxicos biogénicos como el moho y las algas, inician la intolerancia química.4

Dichas exposiciones alteran el sistema inmunológico e inducen cambios epigenéticos duraderos que impactan el desarrollo neurológico. Una vez iniciada, incluso exposiciones de bajo nivel a sustancias antes inofensivas, causan síntomas generalizados, incluyendo la neuroinflamación, que es un sello distintivo del autismo. El modelo TILT también explica los efectos transgeneracionales observados. Los tóxicos ambientales alteran la regulación de los genes que se relacionan con los mastocitos, los cuales son esenciales para el desarrollo neurológico ya que inducen cambios epigenéticos.

Dichos cambios se transmiten de padres a hijos y amplifican los efectos de la exposición a sustancias químicas a lo largo de generaciones. Los hallazgos de este estudio se alinean con la hipótesis de la TILT, de que la desregulación de los mastocitos tiene una función central en el desarrollo de la intolerancia química y sus efectos posteriores, incluyendo un riesgo mayor de trastornos del desarrollo neurológico como el autismo y el TDAH.

Los autores destacaron la importancia de examinar a los futuros padres para detectar la intolerancia química, a fin de facilitar intervenciones tempranas para reducir la exposición a sustancias químicas nocivas, como pesticidas, fragancias y ciertos productos domésticos, en particular durante el embarazo y la primera infancia. Al disminuir la exposición a sustancias tóxicas y tratar la intolerancia química, las iniciativas de salud pública mitigan de manera importante los riesgos y mejoran los resultados para las generaciones futuras.5

Otros factores que contribuyen al autismo y al TDAH

Si bien, la genética y la exposición a sustancias químicas como pesticidas, metales pesados y productos químicos presentes en los envases de alimentos promueven el autismo y el TDAH, otros factores ambientales y fisiológicos contribuyen de forma significativa a su desarrollo. Un factor importante es la mala salud intestinal en los primeros años de vida, la cual altera el desarrollo del cerebro a través del eje intestino-cerebro.6

Las investigaciones demuestran que, los niños a los que después se les diagnostica autismo o TDAH, a menudo carecen de bacterias intestinales clave como Akkermansia muciniphila, Bifidobacterium y Faecalibacterium. Estos microbios beneficiosos son esenciales para regular la inflamación y producir neurotransmisores que apoyan el estado de ánimo y la función del cerebro. Al mismo tiempo, los niveles de bacterias proinflamatorias, como Citrobacter, tienden a ser altos en estos niños, lo que agrava aún más los problemas de desarrollo neurológico.7

El uso frecuente de antibióticos durante la primera infancia es otro factor que afecta la salud intestinal. Por ejemplo, el uso repetido de penicilina para infecciones de oído se relaciona con tasas más altas de TDAH, trastornos del habla y discapacidades intelectuales. Otros factores, como el estrés materno, las complicaciones del embarazo y los partos por cesárea, también afectan el desarrollo de un microbioma intestinal saludable en los bebés, lo que los vuelve más vulnerables a los trastornos del desarrollo neurológico.8

Los campos electromagnéticos (EMFs), como los de los enrutadores Wi-Fi, teléfonos celulares y medidores inteligentes, son otra preocupación. Los EMFs activan los canales de calcio dependientes de voltaje (VGCC), lo que provoca estrés oxidativo, disfunción mitocondrial e inflamación en el cerebro. Dichos efectos interfieren con el desarrollo del cerebro, sobre todo en mujeres embarazadas e infantes, cuyos sistemas nerviosos en desarrollo son muy sensibles a los factores estresantes del medio ambiente.9

Las deficiencias nutricionales a menudo se suman a estos desafíos. Las alimentaciones con alto contenido de alimentos procesados, azúcares refinados y grasas omega-6 inflamatorias como el ácido linoleico (AL), privan al cuerpo de nutrientes críticos para la salud del cerebro. La mala nutrición no sólo perjudica la función cognitiva, sino que también intensifica el impacto de otros factores estresantes del medio ambiente, lo que crea un efecto multiplicador sobre el desarrollo del cerebro.

El estrés durante los períodos críticos del desarrollo, tanto prenatal como en la primera infancia, aumenta aún más el riesgo de padecer autismo y TDAH. El estrés materno durante el embarazo aumenta los niveles de cortisol, lo que altera el desarrollo del cerebro del feto. Para los niños, el estrés continúo debido a un trauma o experiencias adversas, afecta el eje hipotálamo-hipofisario-suprarrenal (HPA), lo que conduce a una inflamación sistémica y retrasos en el desarrollo.10

Estrategias para reducir el riesgo de autismo y TDAH en su hijo

Hay varias medidas efectivas y viables que recomiendo tomar para proteger a su familia de la exposición a sustancias químicas nocivas y otros factores que contribuyen al desarrollo del autismo y el TDAH, entre ellas:

1. Cambie a alimentos orgánicos y productos naturales: elija productos orgánicos, así como carnes y productos lácteos de animales alimentados con pastura, para minimizar la exposición a pesticidas, herbicidas y otros productos químicos agrícolas que alteran la salud intestinal y la función del cerebro.

Elija productos para la limpieza del hogar a base de vinagre y aceites esenciales, para reemplazar los limpiadores y aromatizantes cargados de químicos. Esto reduce mucho la carga química de su familia y promueve un ambiente hogareño más saludable.

2. Cree un ambiente libre de químicos en su hogar: elimine los contaminantes del aire interior al quitar las alfombras sintéticas y los pisos de PVC, que liberan químicos dañinos como los ftalatos. Elija en su lugar alfombras de fibras naturales o pisos de madera. Evite las velas y los aromatizantes con fragancias sintéticas, ya que a menudo contienen sustancias químicas disruptoras endocrinas (EDCs, por sus siglas en inglés). Invierta en un purificador de aire HEPA de alta calidad, para reducir la exposición a toxinas como moho, polvo y compuestos orgánicos volátiles (COV).

3. Minimice el uso de plástico: evite los recipientes, botellas y utensilios de plástico para almacenar alimentos. En su lugar, utilice vidrio, acero inoxidable o silicona, para evitar que las sustancias químicas dañinas como el bisfenol A (BPA) y los ftalatos se filtren en sus alimentos y bebidas. Nunca caliente en el microondas alimentos en recipientes de plástico, ya que esto acelera la liberación de sustancias tóxicas.

Elija alimentos enteros y frescos en lugar de productos procesados ​​o envasados, que a menudo contienen sustancias químicas que provienen de revestimientos plásticos. Utilice materiales seguros al cocinar, como utensilios de acero inoxidable o hierro fundido, para reducir la exposición a revestimientos antiadherentes dañinos y otros materiales sintéticos.

4. Evite los medicamentos innecesarios: limite el uso de medicamentos de venta libre y antibióticos, a menos que sea muy necesario. Estos productos químicos se acumulan en los tejidos corporales con el tiempo y afectan la función de las células. Trabaje con proveedores de atención médica que comprendan la importancia de reducir la exposición general a sustancias químicas a través de alternativas naturales y se centren en abordar los problemas subyacentes en lugar de depender en exceso de los productos farmacéuticos.

5. Reduzca la exposición a los campos electromagnéticos (EMF): limite la exposición a EMF al apagar el Wi-Fi durante la noche y utilizar conexiones a Internet por cable. Mantenga los teléfonos celulares y otros dispositivos inalámbricos fuera del alcance de los niños y póngalos en modo avión cuando no estén en uso.

Evite los monitores de bebés inalámbricos y opte por alternativas con cables o con bajo nivel de EMF. Los pequeños cambios como éstos reducen la exposición acumulada de su hogar a los CEM, que se relacionan con el estrés oxidativo y la neuroinflamación.

6. Apoye su salud intestinal: proporcione a su familia una alimentación variada y beneficiosa para el intestino, rica en alimentos fermentados como yogur, kéfir, chucrut y miso. La lactancia materna (cuando es posible), así como los procesos de parto naturales, también contribuyen a un microbioma intestinal más saludable durante las primeras etapas del desarrollo.

7. Aborde el estrés y el bienestar emocional: si está embarazada, priorice el manejo del estrés, pues es uno de los pasos más importantes que debe tomar para el desarrollo del bebé. Practique técnicas de mindfulness, yoga o relajación para reducir los niveles de estrés y proteger el desarrollo cerebral del bebé.

Concéntrese en crear un entorno estable y enriquecedor para sus hijos, que les ofrezca seguridad emocional. Esto ayuda a disminuir los efectos del estrés y los traumas de los primeros años de vida, que se sabe que alteran el desarrollo neurológico saludable. Al atender el estrés de usted y su familia, apoya el bienestar emocional y físico, lo que sienta las bases para resultados más saludables.