📝HISTORIA EN BREVE

  • Un informe del comité de la Cámara de Representantes señaló que la campaña anticovid llamada "We Can Do This", que fue ejecutada por el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, tiene graves fallas, ya que afirma que las vacunas contra el COVID previenen su transmisión a pesar de que la FDA afirmó que no hay evidencia
  • Las reglas cambiantes de los CDC sobre el uso de mascarillas y las modificaciones en las recomendaciones dañaron la confianza de los ciudadanos, ya que los cambios tuvieron motivaciones políticas en lugar de estar basados en evidencia científica
  • El gobierno fomentó de manera agresiva las vacunas para los niños contra el COVID, a pesar de sus bajos niveles de riesgo, al utilizar la manipulación emocional y mensajes de temor
  • Los estudios de ensayos clínicos mostraron un gran sesgo en la medición de la efectividad de la vacuna contra el COVID-19, con un sesgo de ventana de recuento de casos que hace que las vacunas ineficaces parezcan tener entre un 50 % y 70 % de efectividad
  • Las pruebas de las vacunas de Pfizer y Moderna revelaron mayores riesgos de eventos adversos graves de lo que se informó inicialmente, Pfizer tuvo un riesgo mayor al 36 % en comparación con los grupos placebo

🩺Por el Dr. Mercola

El Comité de Energía y Comercio de la Cámara de Representantes de Estados Unidos publicó una evaluación de la campaña de salud pública sobre el COVID-19 del Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS) de los Estados Unidos, y reveló que está llena de errores de cálculo que prepararon el terreno para la desconfianza pública.1

En diciembre de 2020, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA por sus siglas en inglés) otorgó la Autorización de Uso de Emergencia (EUA, por sus siglas en inglés) a las primeras vacunas contra el COVID-19, aunque estas autorizaciones dejan claro que no hay evidencia de que las vacunas prevengan la transmisión viral. A pesar de esta información, la administración inició la campaña: “We Can Do This”, en la que gastó más de 900 millones de dólares para promover la vacunación y medidas de salud pública.

Sin embargo, la campaña tuvo grandes problemas desde su inicio. Los contratos anteriores y la mala administración fiscal dentro del HHS, alertaron contra la eficacia e integridad de sus esfuerzos de relaciones públicas. La campaña tuvo como objetivo influir en el comportamiento público respecto al uso de las mascarillas, el distanciamiento social y la vacunación, pero la confianza en las erráticas normas de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) redujeron su credibilidad.

La administración provocó confusión y desconfianza al permitir que las recomendaciones de los CDC manejaran los mensajes públicos. Estos primeros fracasos no fueron incidentes aislados, sino parte de un patrón más amplio de medidas de salud pública sin consistencia y con influencia política, que redujeron la confianza para administrar de manera eficaz una crisis de salud pública.

Las cambiantes medidas sobre el uso de mascarillas redujeron la confianza pública

Al principio, las mascarillas fueron consideradas innecesarias para el público en general, mientras que figuras importantes como el Dr. Anthony Fauci estuvieron en contra su uso en extenso. Sin embargo, en abril de 2020, los CDC revirtieron su postura y recomendaron el uso de mascarillas para todos fuera de casa. Este cambio de postura fue confuso y también pudo tener motivaciones de tipo político, con influencia de los sindicatos de docentes que presionaron para que se alargara el cierre de escuelas.2

Los mensajes sin fundamento siguieron: se recomendaron mascarillas, luego se les restó importancia cuando se aplicaron las vacunas. Cada cambio sembró, con mucha razón, el escepticismo y la resistencia, al mismo tiempo que bajó la credibilidad en las instituciones de salud pública. Este desgaste de la confianza aumentó cuando surgieron infecciones y variantes del virus, lo que probó que las recomendaciones previas sobre el uso de mascarillas fueron incorrectas.

Exagerar la eficacia de la vacuna contra el COVID-19: un grave error

Cuando llegaron las vacunas contra el COVID-19, se dijo a las personas de los Estados Unidos que no solo prevenían la enfermedad, sino que también detenían la transmisión del virus. Esta información se desbarató muy rápido ya que no hay evidencia de que las vacunas prevengan la transmisión. A pesar de esto, los CDC y la campaña: “We Can Do This” difundieron la idea de que sólo las personas vacunadas podían dejar de usar de forma segura las mascarillas y no tener distanciamiento social.

Esta eficacia exagerada fue un problema importante porque las infecciones repentinas aumentaron, en especial con la aparición de variantes de mayor transmisión, como la variante Delta. La administración insistió en que las vacunas detenían la transmisión, esto contradijo los términos originales de la EUA de la FDA y creó una falsa sensación de seguridad.

Cuando los datos mostraron que las personas vacunadas aún podían contagiar el virus, los CDC tuvieron que retractarse y reconsiderar lo que informaron, dañando más su credibilidad. Esta disparidad entre las declaraciones oficiales y la evidencia fue como una traición para la confianza pública.

Por su parte, el informe señala cómo los mandatos de vacunación fueron una estrategia polémica del gobierno para controlar la pandemia.3 Usted fue testigo de cómo los empleadores federales, estatales y privados hicieron cumplir los requisitos de vacunación contra el COVID-19, sin una justificación clara o con evidencias. Estos mandatos de vacunación fueron para millones de personas, lo que prueba su gran alcance y coerción.

Altos funcionarios de la FDA renunciaron debido a las políticas de vacunas de refuerzo, esto hizo claro el conflicto interno y creó dudas sobre los motivos del gobierno. Defensores de las vacunas, como el Dr. Paul Offit, hicieron críticas a los mandatos por considerarlos de origen político. Los mandatos fueron una violación a la autonomía de las personas e incidieron en gran medida en los más jóvenes, quienes ya contaban con una menor probabilidad de enfermarse.

Los niños como blanco de ataque del sensacionalismo y la desinformación

La agresiva medida de vacunar a los niños fue una de las más alarmantes respuestas al COVID-19, a pesar de la evidencia de que el COVID-19 representaba un mínimo riesgo para este grupo.4

Los CDC y el HHS lanzaron campañas publicitarias hacia los padres y usaron mensajes llenos de emociones para convencerlos de que vacunaran a sus hijos pequeños contra el COVID-19. Los anuncios mostraron a padres famosos y a médicos que describieron un terrible panorama del impacto del COVID-19 en los niños, aunque los estudios mostraron que en este grupo demográfico la enfermedad de gravedad o muerte eran muy raras.5

El gobierno se aprovechó del miedo y de la desinformación para promover la aceptación de la vacuna, al recalcar su necesidad para mantener abiertas las escuelas y proteger la salud comunitaria. Esta estrategia no sólo encubrió el riesgo real, además ignoró el impacto social y de desarrollo que tiene en los niños el uso prolongado de mascarillas y el cierre de escuelas.

Los padres se sintieron manipulados, ya que se les dijo que la vacunación era la única forma de garantizar la salud de sus hijos, no se les informó de la baja transmisión y las mínimas consecuencias de gravedad en los jóvenes, tampoco de los desconocidos efectos secundarios de las inyecciones experimentales.

El grupo que se contrató para promover la campaña de propaganda

El Fors Marsh Group (FMG), una empresa de relaciones públicas que se contrató para administrar la campaña: "We Can Do This", estuvo detrás de los mensajes de salud pública del HHS. El HHS propuso crear un esfuerzo de propaganda multimedia nacional para manipular la percepción y el comportamiento público con respecto al COVID-19.6

El FMG creó una combinación estratégica de medios de comunicación rentables, al aprovechar la participación de personas influyentes y celebridades para crear publicidad y fomentar la vacunación, el uso de mascarillas y el distanciamiento social. Esta asociación creó una gran preocupación sobre la politización de los mensajes de salud pública. Los contratos con el FMG ya habían sido analizados antes por su mala gestión fiscal, y esta enorme inversión en una sola campaña dejó ver los conflictos de intereses y su ineficiencia.

El FMG basó su estrategia en la manipulación emocional y el sensacionalismo, muchas veces exagerando los riesgos del COVID-19 para justificar las estrictas medidas de salud pública. Al priorizar los mensajes manipulativos sobre la comunicación clara y con base en evidencia, el FMG y el HHS pusieron en primer lugar las agendas políticas sobre la integridad científica.

Esta colaboración no sólo difundió mensajes contradictorios, además acrecentó la desconfianza del público cuando las verdaderas razones detrás de la campaña fueron cada vez más oscuras. Utilizar una empresa privada de relaciones públicas para promover políticas sanitarias a nivel nacional es un preocupante ejemplo de dar prioridad a la imagen sobre lo importante, al reducir la credibilidad de las instituciones de salud pública quienes son las encargadas de ofrecer información exacta.

La manipulación de la información incluyó el excesivo conteo de muertes

El impacto más grande a la confianza del público vino cuando los CDC dijeron haber contabilizado en exceso las muertes por COVID-19 debido a un algoritmo imperfecto.7 Esta admisión incluyó a todos los grupos de edad, incluso a los niños, y reveló importantes fallas en el sistema de seguimiento de datos. El nuevo cálculo disminuyó un 24 % de las muertes pediátricas notificadas, al darse a conocer que las cifras anteriores se elevaron a propósito.

Esta información eliminó la poca credibilidad de los CDC, ya que se expuso que las acciones contra la pandemia se basaron en datos inexactos. Los CDC admitieron que el 80 % de los errores exageraron la gravedad de la situación del COVID-19, lo cual desgastó más la confianza. Esta manipulación de datos debilitó la información sobre salud pública.

El informe subraya un alarmante patrón de mensajes inconsistentes, afirmaciones exageradas y deficiente gestión de información por parte de importantes autoridades de salud pública durante la pandemia del COVID-19.

La efectividad de la vacuna contra el COVID-19 es exagerada por el sesgo en los ensayos clínicos

De acuerdo con un estudio en el Journal of Evaluation in Clinical Practice, el sesgo provocado por las ventanas de recuento de casos distorsionó de manera drástica las valoraciones de la efectividad de la vacuna anticovid.8 En los ensayos controlados aleatorios (ECA), los grupos vacunados, así como los de administración de placebo, tienen ventanas de recuento de casos sincronizados, lo que asegura una comparación justa. Sin embargo, en los estudios observacionales de la vida real, esta ventana se administra sólo al grupo vacunado.

Esta desigualdad quiere decir que se cuentan los casos que surgen poco después de aplicarse la vacuna en el grupo no vacunado, mientras que casos parecidos se omiten en el grupo vacunado. Como resultado, una vacuna totalmente ineficaz parece tener una importante eficacia, a veces mostrando una eficiencia de entre el 50 % y 70 %, cuando en realidad la vacuna tiene una eficacia de cero.9

Este sesgo ocurre porque el período inicial después de la vacunación, cuando las personas todavía no están bien protegidas, se trata de manera diferente en los grupos. Entender esta falla es muy importante para analizar con exactitud la efectividad de la vacuna y aceptar que los estudios observacionales pueden exagerar los beneficios reales de la vacunación debido a inconsistencias en la metodología.

El estudio además señaló la importancia del sesgo de la edad en los cálculos de la eficacia de la vacuna contra el COVID-19. Para los estudios observacionales, las personas vacunadas suelen ser ancianos menos saludables que sus contrapartes no vacunadas, ya que se dio prioridad de la vacuna a aquellos con riesgo mayor. Este desequilibrio cambia el resultado y logra que las vacunas parezcan más efectivas de lo que en realidad son.

El estudio también revela el sesgo de la tasa de infección de fondo, la cual altera el impacto real de las vacunas. En los períodos en que las tasas generales de infección por el COVID-19 bajan, las personas vacunadas parecen tener tasas de infección más bajas sólo porque recibieron la inyección durante un período alto.

Por el contrario, si las tasas de infección suben, las personas no vacunadas pueden mostrar tasas más altas, esto no necesariamente se debe a la falta de protección, sino al hecho de que estuvieron expuestas durante un aumento. Este desajuste temporal aporta una imagen irreal de la eficacia de la vacuna contra el COVID-19. Una disminución de casos puede, por ejemplo, atribuirse a la vacunación cuando se puede deber a otros factores como la inmunidad natural.

Los estudios observacionales exageran la seguridad de las vacunas contra el COVID

Un estudio independiente en el Journal of Evaluation in Clinical Practice informó cómo las ventanas de conteo de efectos adversos alteraron la seguridad con la que se percibe a las vacunas contra el COVID-19 en estudios observacionales.10 Este estudio revela que las fallas metodológicas, como las ventanas de recuento limitadas, llevan a subestimar los eventos adversos en conexión con la vacunación.

Al omitir los efectos adversos que suceden en las primeras dos semanas después de la vacunación, los estudios observacionales ignoran datos críticos, como las reacciones graves. Esta omisión crea un falso perfil de seguridad que hace que las vacunas parezcan más confiables de lo que en realidad son.

El estudio afirma que, incluso cuando se toman períodos de seguimiento más grandes, la confiabilidad en informes de casos adversos no solicitados pasa por alto los impactos sutiles pero significativos en la salud. Como consecuencia, el riesgo real asociado con las vacunas, en especial el de enfermedades graves como la miocarditis, queda escondido. La miocarditis es una inflamación del músculo cardíaco y se asoció con las vacunas de ARNm, en particular en hombres jóvenes.

Apenas tres semanas después de la vacunación, se observó un aumento notable de casos de miocarditis entre este grupo demográfico. Debido a las pocas ventanas de recuento de efectos adversos, tanto en los estudios observacionales como en los ensayos clínicos, muchos de estos casos no se notificaron o se clasificaron mal. La rápida revelación de los ensayos pone en riesgo la capacidad de monitorear los resultados de seguridad a largo plazo, y deja muchas preguntas importantes sin respuesta.

Una gran cantidad de sucesos graves en los ensayos de las vacunas de Pfizer y Moderna

Una investigación en la revista Vaccine también reveló alarmantes inconsistencias en los perfiles de seguridad de las vacunas de ARNm contra el COVID-19 de Pfizer y Moderna.11 El análisis informó que las dos vacunas se asociaron con un gran riesgo de casos adversos de especial interés (AESI) en comparación con los grupos placebo.

La vacuna de Pfizer mostró un riesgo 36 % mayor de casos adversos graves, lo que se convierte en 18 casos más por cada 10 000 personas vacunadas. La vacuna de Moderna presentó un riesgo 6 % mayor, lo que es equivalente a siete casos adicionales por cada 10 000. Cuando se mezclaron, las vacunas de ARNm presentaron un riesgo 16 % más elevado de casos adversos graves, con una diferencia de riesgo de 13.2 por cada 10 000 participantes vacunados.

Estos resultados preocupan porque demuestran que las vacunas implican riesgos más graves que los que se reportaron en inicio. También demuestra un marcado contraste entre sus resultados y las revisiones oficiales de seguridad de la FDA. El estudio identificó un exceso de riesgo de casos adversos graves en el ensayo de Pfizer, pero la FDA dedujo que los casos adversos graves estaban "equilibrados entre los grupos de tratamiento".12

Esta discrepancia aparece debido a las diferencias en las metodologías de análisis de datos. La FDA se concentró en la incidencia de participantes que sufrieron algún caso adverso grave, al esconder un gran número de casos adversos múltiples en el grupo vacunado. En cambio, el estudio tomó en cuenta la cantidad de casos adversos, y reportó un perfil de riesgo más encubierto y preocupante.

En conclusión, los informes oficiales proporcionados por los organismos reguladores no entendieron el alcance real de los riesgos en relación con las vacunas.13

La desinformación pagada por el gobierno promovió la propagación del COVID-19

Otra investigación en la revista Social Science & Medicine informó sobre el gran impacto de la desinformación pagada por el gobierno en la gravedad de las epidemias de infecciones respiratorias, como el COVID-19.14 La investigación examinó información de 149 países entre 2001 y 2020, y dio a conocer una asociación positiva significativa entre las campañas de desinformación y la incidencia de infecciones respiratorias.

Los países con niveles superiores de desinformación impulsada por el gobierno experimentaron brotes más graves del COVID-19. Esta correlación revela cómo la difusión deliberada de información falsa reduce en gran medida los esfuerzos en salud pública, lo que se refleja en mayores tasas de transmisión y un elevado número de casos.

El estudio destaca los efectos nocivos de la censura de las noticias en internet y el manejo de las infecciones respiratorias. Los gobiernos que censuran la información condicionan el acceso del público a datos sobre salud,15 y empeoran con esto los resultados, tal y como sucedió durante la pandemia. Como lo mencionó el Dr. Robert Malone:

"Tanto el resumen de antecedentes como los hallazgos del estudio son proféticos y coinciden casi por completo con el informe del Comité de Energía y Comercio".16

El camino por seguir es garantizar la transparencia y la confianza en la salud pública

Es claro que la campaña de salud pública en contra del COVID-19 estuvo llena de peligros escondidos y desafíos sistémicos. Después de estas revelaciones queda en claro la importancia de abogar por la transparencia, la rendición de cuentas y políticas basadas en evidencia. Al abordar estas importantes cuestiones podremos garantizar medidas más eficaces ante futuras emergencias de salud.

Lo aprendido de estos fracasos debe proponer un replanteamiento fundamental de cómo se administran y dan a conocer las campañas de salud pública, al poner en primer lugar los datos científicos sobre la propaganda, para servir y proteger de mejor manera al público.